Parcas S.A.

(El inicio de una historia que tal vez finalice algún día)

En el principio de los principios, las hermanas Nona, Décima y Morta conocidas principalmente como las temidas “Parcas” tejían con hilo de lana el destino de cada mortal. Cada una velaba por el tejido de la vida hasta el día de su hora final, momento en el que cortaban el hilo con una tijera de oro. Hilo blanco para los momentos de felicidad y negro para los de sufrimiento. Eso al menos en el principio de los principios, cuando la población mundial era mucho menor que en nuestros tiempos. Cuando esta empezó a aumentar las Parcas se vieron obligadas a esclavizar las almas cedidas por Orcus señor del Inframundo de los muertos, para que estas se encargaran de los hilos de la vida. Cuando llegó la Revolución Industrial, las parcas tomaron buena nota de las nuevas técnicas de organización ideadas por los hombres y fue así como crearon la fabrica “Parcas S. A.”. Allí, las almas ejercían trabajos distribuidos en cadena por sectores y funciones. Cada labor era cronometrada con rigidez. Toda aquella alma que no cumplía con rapidez su trabajo era enviada de nuevo al Inframundo, en donde si cabe, le esperaba una existencia más terrible que ser explotados por tres ancianas avariciosas.

Pero antes de continuar con esta clase de historia del Inframundo, os contaré algo sobre mi. Mi nombre es Vincent Halsey y nací en 1503. Durante toda mi vida fui un feliz granjero de la hermosa campiña inglesa, feliz si no contamos la tuberculosis que acabo con mi familia y el hecho de morir devorado vivo por quince cerdos hambrientos cuando un día por accidente caí en el chiquero del viejo loco de Charles Winston. Para colmo, el cielo no fue como me lo vendieron y en el Inframundo me acusaron falsamente de haber asesinado a Charles para robar alguno de sus tiernos y deliciosos cerdos para hacer un guiso con ajos y zanahoria y en castigo me enviaron a un cráter humeante lleno asesinos. Allí me hice amigo de un guerrero que en vida había sido emperador de vastos territorios, aunque en sus últimos años de vida había sufrido un golpe en la cabeza durante una batalla que le hizo perder toda su memoria. Por lo general era un tio bastante tímido y patoso y seguramente tuvo que ser un autentico cabronazo para ser una de las almas más temibles de todo el Inframundo. Atila y yo habíamos pasado ya más de cuatroscientos años viviendo juntos, hasta que cierto día cuatro hombres montados sobre caballos y vestidos con capuchas negras, vinieron hasta nosotros y nos ofrecieron una opción a nuestra hasta entonces medianamente cómoda vida comunitaria en el cráter. Habíamos sido seleccionados para trabajar en la Parcas S.A. Era la oportunidad perfecta para cambiar de aires, no me malinterpreten, vivir en un sitio con figuras tan celebres como Caligula no era de despreciar, pero tenía que ampliar mis horizontes.

Pero antes de continuar con esta clase de historia del Inframundo, os contaré algo sobre mi. Mi nombre es Vincent Halsey y nací en 1503. Durante toda mi vida fui un feliz granjero de la hermosa campiña inglesa, feliz si no contamos la tuberculosis que acabo con mi familia y el hecho de morir devorado vivo por quince cerdos hambrientos, cuando un día por accidente caí en el chiquero del viejo loco de Charles Winston. Para colmo, el cielo no fue como me lo vendieron y en el Inframundo me acusaron falsamente de haber asesinado a Charles para robar alguno de sus tiernos y deliciosos cerdos para hacer un guiso con ajos y zanahoria y en castigo me enviaron a un cráter humeante lleno asesinos. Allí me hice amigo de un guerrero, que en vida había sido emperador de vastos territorios, aunque en sus últimos años de vida había sufrido un golpe en la cabeza durante una batalla que le hizo perder toda su memoria. Por lo general era un tio bastante tímido y patoso y seguramente tuvo que ser un autentico cabronazo para ser una de las almas más temibles de todo el Inframundo. Atila y yo habíamos pasado ya más de cuatroscientos años viviendo juntos, hasta que cierto día cuatro hombres montados sobre caballos y vestidos con capuchas negras vinieron hasta nosotros y nos ofrecieron una opción a nuestra hasta entonces medianamente cómoda vida comunitaria en el cráter. Habíamos sido seleccionados para trabajar en la Parcas S.A. Era la oportunidad perfecta para cambiar de aires, no me malinterpreten, vivir en un cráter con figuras tan celebres Caligulaaaa no era de despreciar, pero tenía que ampliar mis horizontes.

La fabrica se hallaba en el Limbo, un desierto sin fin en donde no era posible discernir el frió del calor, donde las agujas del reloj se movían un milímetro cada mes y donde no era posible encontrar un buen bar. En la entrada a la fábrica se podía leer su lema "Parcas S. A. Desde la Eternidad controlando tu Destino". Cuando nos adentramos en ella quedamos estremecidos por su envergadura. Toda la empresa se distribuía en cinco sectores básicos. El sector uno se encargaba de controlar la enorme máquina que fabricaba los hilos de lana de la vida, empleando para ello una receta secreta patentada por las Parcas, pero básicamente era como preparar sopa para una comida de proporciones mastodónticas. El sector dos se encargaba de tender el tejido y secarlo. En el sector tres, diez maquinas de coser color cobre del tamaño de un establo cada una, escupían sin cesar los hilos que correspondían a las diferentes almas. Los tejidos trenzados con las venturas y desventuras de los mortales se extendían varios kilómetros sobre una serie de trasladadores a cuyos lados, otras almas intentaban desanudar y ordenar sirviéndose de artilugios con ruedas para poder desplazarse de un lado a otro. El sector cuatro, era el más lúgrube, aquel al que nadie quería que le asignaran. Allí, numerosos hombres se dedicaban a cortar los hilos de la vida a los que les había llegado la hora final. Cada vez que lo hacían, un grito aterrador que no parecía provenir de ningún sitio era oído en toda la estancia. No importaba las veces que lo oyeras, siempre lograba ponerte los pelos de punta. Y fue a aquel sector en donde afortunadamente fuimos a parar Atila y yo.

Finalmente, el sector cinco era donde iban a dar los hilos gastados y recién cortados, donde una serie de hombres muy amables sin pelo y vestidos con túnicas rojas se dedicaban a llevarlo en enormes sacos hasta el sector uno, donde se mezclarían con el hilo recién fabricado en un buen intento de reciclado ecológico de almas...